Perdiendo el control

Aurora dejó salir una lágrima al ver cómo Antonio subía cada vez sus manos por sus muslos, quería llorar, huir, quería acabar con el hombre en frente de ella.

Mientras tanto, afuera comenzaba a llover como si fuera un diluvio universal.

La lluvia comenzaba a caer con más fuerza sobre los ventanales de la mansión, como si el cielo presintiera el caos que estaba a punto de desatarse en su interior.

El administrador del club lucio llegó empapado, con la camisa pegada al cuerpo y la respiración agitada. Sus pasos resonaron en la entrada como una advertencia. No se detuvo ni para secarse.

Había urgencia en sus ojos, una mezcla de miedo y determinación, y aunque su cuerpo doliera por los golpes que le ha dado Dante y sus hombres debía hablar con su jefe.

Uno de los guardaespaldas, apostado junto a la puerta principal, lo interceptó enseguida.

—Necesito hablar con el jefe —dijo el administrador, sin molestarse en disimular la ansiedad que lo consumía.

El guardaespaldas lo observó por un mo
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