Dante no tuvo que esperar mucho. Apenas habían pasado diez minutos cuando escuchó el sonido de pasos firmes, seguros, acercándose por el pasillo de urgencias. Se volvió despacio, con una expresión de acero en el rostro.Vittorio.El hombre avanzaba rodeado de dos de sus propios escoltas, su porte impecable a pesar del caos. Traje oscuro, cabello peinado hacia atrás, mirada helada. Como si la gravedad de la situación no fuera suficiente para doblegar su arrogancia.Se detuvo a pocos metros de Dante, y durante unos segundos, ninguno de los dos habló. Era como si el hospital entero contuviera el aliento ante el choque de dos tormentas.Finalmente, fue Vittorio quien rompió el silencio.—¿Qué demonios hiciste, Dante? La voz era baja, venenosa. Dante entrecerró los ojos, cruzando los brazos sobre su pecho ensangrentado.—Yo no disparé contra Francesco —respondió con calma asesina—. Si quisiera matarlo, estaría muerto.Vittorio dio un paso adelante, el ceño fruncido.—Mis hombres dicen que
Antonio caminaba por el pasillo del club, sus zapatos brillantes resonando con eco en el suelo de mármol negro. Con su presencia imponente mostrando autoridad y control de todo. Las personas a su alrededor bajaban la cabeza haciendo una venia en simbolo de respeto. En su rostro, una sonrisa divertida se dibujaba con descaro, como si todo el mundo le perteneciera. El humo de los cigarros y el perfume barato impregnaban el ambiente, mientras risas apagadas y música de bajos retumbantes acompañaban su paso triunfal.Detuvo su marcha frente a un salón privado, donde un par de guardaespaldas aguardaban rígidos como estatuas. Giró apenas la cabeza, sin perder la sonrisa, y llamó a su nuevo hombre de confianza, Mateo.—Ven aquí —ordenó con voz seca, autoritaria.Mateo, un hombre de complexión fuerte, barba de tres días y mirada fría, se acercó de inmediato, inclinando la cabeza ligeramente en señal de respeto.—¿Sí, señor? —respondió, firme.Antonio le sostuvo la mirada, casi divertido.—Qu
Antonio llevaba un traje oscuro perfectamente entallado, sin corbata, la camisa blanca desabrochada en el cuello. Fumaba un puro grueso, sostenido descuidadamente entre los dedos, mientras la miraba con una expresión de satisfecho desprecio.Cuando sus ojos se encontraron, Aurora sintió que toda la rabia, el odio y el asco acumulados durante aquellos días explotaban dentro de ella como dinamita.Antonio sonrió con lenta crueldad, expulsando una bocanada de humo que se arremolinaba entre ellos.—Vaya, vaya —murmuró, su voz grave y burlesca —. Mira quién finalmente ha llegado. La princesa... convertida en prisionera.Aurora apretó los puños hasta que las uñas se le clavaron en las palmas. Avanzó dos pasos, manteniendo la cabeza erguida, sin dejar que el miedo le ganara terreno.Antonio dejó el puro en un cenicero de cristal y dio un paso hacia ella, deteniéndose apenas a un metro.La miró de arriba abajo, evaluándola como quien examina un objeto caro antes de comprarlo.—Estás incluso
Llegaron a una pequeña habitación de servicio, donde dos mujeres jóvenes esperaban, una rubia de cabello recogido y otra morena de mirada apagada. Ambas llevaban uniformes ceñidos de cuero negro y tacones imposibles. La estancia olía a perfumes intensos, maquillaje barato y desesperanza.—Prepárenla —ordenó Mateo antes de soltar a Aurora de un empujón—.Tiene que estar perfecta. El jefe quiere que brille esta noche.Las dos mujeres se acercaron de inmediato. Una de ellas llevaba una bandeja con maquillaje, la otra, un vestido diminuto de satén rojo.Aurora se irguió, los ojos encendidos como antorchas. Cuando la rubia intentó acercarse para desabrocharle la blusa, Aurora reaccionó, de un manotazo le tiró el maquillaje al suelo, los frascos estallando en mil pedazos.—¡No me voy a poner esa basura! —gritó, retrocediendo hacia la pared más alejada.La morena soltó un leve grito, sorprendida, mientras Mateo, que apenas había salido al pasillo, volvió a aparecer con el ceño fruncido.—¿Qu
La noche había caído como un manto espeso sobre Sicilia.Las calles, húmedas por una reciente llovizna, reflejaban los faroles como espejos rotos.En la vieja mansión de Dante la tensión era tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo.Dante estaba de pie junto a la enorme mesa de roble del despacho, rodeado por mapas, fotografías e informes desordenados.Alonzo, más serio de lo habitual, revisaba su teléfono mientras recibía actualizaciones de los hombres desplegados en toda la ciudad.Un grupo de diez, doce leales se movían como sombras entre los clubes, los muelles y los callejones olvidados de Sicilia, buscando cualquier rastro de Aurora.Dante se pasó una mano por el cabello, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado.Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos oscuros brillaban con una mezcla peligrosa de rabia y desesperación.—¿Nada aún? —preguntó, su voz ronca, cargada de una amenaza latente.Alonzo negó con la cabeza, su gesto endurecido por la frustración.—Re
Mientras tanto el el club infierno. Un golpe seco en la puerta hizo que Antonio levantara la mirada de sus papeles. Era Mateo, sudoroso y con el ceño fruncido. —Señor, tenemos información fiable... —dijo, con la voz tensa—. Es cuestión de tiempo para que Dante llegue aquí. Está siguiendo las pistas, y no viene solo. Antonio frunció el ceño, su mandíbula tensándose de furia. Se levantó de la silla de un golpe y caminó hacia la ventana, donde la noche se espesaba como un presagio. Sin volverse, ordenó con voz de acero.—Tráiganme a Aurora. Ahora mismo. —Su mente ya trabajaba con rapidez, no podía arriesgarse a perder su trofeo allí. Era hora de moverla... de esconderla en un lugar donde ni Dante ni el mismo diablo pudieran encontrarla.Antonio caminaba con paso decidido por el pasillo privado del Club Inferno, sus zapatos resonando sobre el mármol sucio. No necesitó dar muchas órdenes, sus hombres ya sabían qué hacer. Aurora, débil por el vómito y la angustia, apenas se mantenía en
El convoy de vehículos se detuvo en silencio a una cuadra del Red Velvet.Dante bajó primero, su silueta oscura recortada contra la tenue luz de la madrugada.Alonzo le siguió, junto con otros seis hombres armados.Todos llevaban ropa negra, chaquetas ajustadas, armas ocultas bajo los abrigos.La orden era clara, nadie entra, nadie sale. Todo el perímetro había sido sellado.Dante ajustó la radio en su oído.—Equipo Alfa, entrada principal. Equipo Bravo, por la central. Equipo Charlie, cubran la salida trasera.Un murmullo de afirmación recorrió el grupo. En menos de un minuto, las sombras se desplegaron.El asalto iba a ser rápido, brutal y definitivo. Alonzo miró a Dante una última vez.—¿Listo?Dante sonrió, una sonrisa cruel y hambrienta de violencia.—Siempre.Con una patada, rompió la puerta principal. El Red Velvet se sumió en el caos.La música estridente, los gritos de sorpresa, las copas cayendo al suelo.Los clientes y empleados corrieron en todas direcciones.Algunos de lo
BOLONIA En el jet privado, rumbo a BoloniaLa cabina estaba iluminada solo por las luces suaves de emergencia. Dante permanecía de pie, los brazos cruzados, mirando por la ventanilla oscura.El reflejo de su rostro era una máscara de furia contenida. Alonzo, sentado en uno de los sillones de cuero, revisaba un mapa digital.Cada segundo perdido era una daga hundiéndose más en su paciencia.—Tenemos hombres desplegados en las tres propiedades que Antonio posee en Bolonia —informó Alonzo, sin levantar la mirada—. Pero si es inteligente, no la tendrá en ninguna de ellas.Dante asintió, sin apartar la vista.—Buscará algo discreto. Viejo. Que pase desapercibido.El motor del jet vibraba con fuerza bajo sus pies, como si la máquina también compartiera su desesperación.Dante cerró los ojos un momento, respirando hondo.Aurora. ¿Estaría bien? ¿Estaría resistiendo? Cuando abrió los ojos, eran de pura determinación.—Dile a todos. Si alguien ve movimiento, si alguien intercepta siquiera un