Dante alzó la vista, sus ojos cargados de furia contenida. La tensión en el aire era tan densa que cualquiera podría haberla cortado con un cuchillo. Miró a Alonzo, que se mantenía firme junto a él, como una estatua esculpida por la violencia y los años.
—No voy a quedarme aquí esperando —dijo Dante con voz grave— Saldré a buscar a Aurora.
Alonzo asintió lentamente, como si hubiese estado esperando esas palabras desde el momento en que supieron de su desaparición. No había sorpresa en sus ojos, solo una aceptación fría, una determinación idéntica a la de su amigo.
Dante se giró hacia los hombres agrupados alrededor de la mansión
Eran su gente de confianza, leales hasta la muerte.
—¡Prepárense! —hablo con voz gruesa —Nos vamos. Quiero a todos listos en cinco minutos.
No hubo dudas, no hubo preguntas. Los hombres comenzaron a moverse con rapidez, recogiendo fusiles, ajustando chalecos, revisando cargadores. Dante y Alonzo se dirigieron hacia una de las camionetas negras, blindadas, que