Amelia enloquece por lo que le he dicho y es eso lo que disfruto, porque una mujer como ella que se atrevió a burlarse de mí diciendo lo feliz que estaba de ‘asesinar’ a mi hija solo merece dolor y desesperación, por fortuna, está experimentando ambas.
El tiempo pasa, los gritos se escuchan menos, pero, no me preocupo por eso, ya que, los autos están listos para llevarnos a ‘la oscuridad’. Mi esposa se despierta desorientada y yo le sonrío.— ¿Cómo estás?— Me duele todo el cuerpo. — dice ella agotada.— Es de esperarse, querías hacer una maratón cuando aún no te has recuperado completamente de las cirugías.— ¿Por culpa de quien hice eso? — pregunta ella y yo quiero besarla, pero, me detengo a medio camino.— Quiero saber si no vas a morderme. No quiero ser un juguete viejo de perro que est&