11. Una Subasta de Pasiones
El auto se detuvo frente al hotel más exclusivo de Madrid, en plena milla de oro. Edificio de mármol blanco, ventanales encendidos, columnas proyectando sombras sobre la alfombra roja. Los flashes explotaban ansiosos por atrapar cualquier gesto.
Max salió primero. Impecable en su traje oscuro, cada paso ensayado hasta la perfección. Extendió su mano hacia mí. Para los demás, ese gesto podía parecer caballeroso para el resto.
La acepté. No había alternativa. Sus dedos se cerraron sobre los míos con firmeza.
El aire nocturno me envolvió al poner un pie en la alfombra. Los periodistas nos apuntaban con sus lentes como fusiles. Cada destello me cegaba unos segundos.
—Señora Undurraga, ¿cómo se siente al regresar a los eventos públicos? —gritó uno desde la barrera.
—¿Es cierto que su esposo amenazó con destruir la empresa de su familia si lo dejaba? —lanzó otro, su grabadora extendida como un arma.
—¡Lorena! ¿Ha perdonado la infidelidad?
Las preguntas se multiplicaron, cada una apuntando a