12. La Grieta
La puerta del balcón se abrió de golpe, dejando entrar un haz de luz dorada desde el salón. La música de cuerdas irrumpió como un recordatorio cruel: el mundo seguía girando allá dentro, ignorante de la tormenta que se desataba en la penumbra.
—Perdón… —la voz vacilante de Isabela me atravesó como un cuchillo inesperado.
Ella. Vestido escarlata ajustado, labios del mismo tono. La misma elegancia con la que tantas veces me había empujado a atreverme, a brillar. Mi mejor amiga. La mujer a la que le había confiado mis miedos, mis secretos más íntimos. Y ahora… la madre del hijo de Max. El nombre que yo había lanzado hacía instantes contra él, de repente hecho carne frente a mí. El destino, pensé, tenía un sentido cruel del espectáculo.
Max no se apartó. Su brazo seguía firme a mi espalda, un muro de hierro. Solo giró la cabeza lo justo para mirarla, y esa chispa de irritación en sus ojos fue suficiente para helar el aire entre los tres.
—No es buen momento, Isabela —dijo, seco. Como si e