12. La Jaula Dorada
—Isabela, cállate. No sabes lo que haces —siseó Max, su rostro una máscara de furia pálida.

—¡Oh, sí lo sé! —gritó ella—. Sé que este bebé te hace perderlo todo. ¡Lo sé todo sobre la cláusula, Max! ¡Y ya no me importa!

Max se congeló. La revelación pública de la cláusula era su ruina total.

—Pero no voy a dejar que me hundas sola —continuó Isabela, su voz quebrándose, pero sus ojos fijos en mí—. ¡Ella me empujó!

Mi sangre se heló.

—¿Qué?

—¡Lorena me vio en el baño y me amenazó! —sollozó Isabela, avanzando hacia mí—. Me dijo que si no desaparecía, se aseguraría de que mi bebé nunca naciera. ¡Y me empujó contra el lavabo! ¡Quería matarme!

Era una mentira. Una mentira tan monstruosa y brillante que me dejó sin aire.

—Isabela, eso no es...

—¡Aléjate de mí! —gritó ella cuando di un paso. Se llevó las manos al vientre, encogiéndose como si le doliera—. ¡Max, dile que se aleje! ¡Me da miedo!

Los flashes nos cegaban. "Señora Undurraga, ¿agredió a la amante de su esposo?" "Maximiliano, ¿es cier
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