96. El Momento de la Verdad
El aire en la sala del tribunal se sentía denso, cargado de expectación y tensión acumulada durante dos semanas de testimonios brutales. Cada asiento estaba ocupado, los periodistas se apretaban en sus bancos asignados, y podía sentir el peso de las miradas de toda Madrid sobre nosotros.
Las deliberaciones del jurado habían durado tres días completos. Tres días interminables durante los cuales Max y yo habíamos vagado por la ciudad como fantasmas, incapaces de concentrarnos en nada que no fuera la pregunta que nos mantenía despiertos por las noches: ¿sería suficiente la verdad?
Mi mano temblaba ligeramente mientras tomaba agua de la botella que el abogado Calderón me había dado esta mañana. A mi lado, Max estaba inmóvil como una estatua de mármol, pero podía leer su tensión en cada línea de su cuerpo: en la rigidez de sus hombros, en la línea tensa de su mandíbula, en la forma en que sus dedos tamboreaban silenciosamente contra su pierna izquierda.
La sala estaba dividida en territorio