Jueves, dos de la tarde.

El segundo día de los testimonios de la defensa llega como una tormenta que habíamos estado anticipando pero que aún nos golpea con fuerza inesperada. Mientras me siento en la galería del tribunal, observando cómo el abogado de Isabela se prepara para presentar su caso, siento como si estuviera a punto de presenciar una obra de teatro perversa donde los villanos se convertirán en víctimas.

El Dr. Rafael Mendizábal, un psiquiatra forense de aspecto distinguido con barba gris y gafas de montura dorada, se acerca al estrado con la confianza de alguien que ha testificado en cientos de casos similares. Su presencia irradiata esa autoridad académica que puede ser devastadoramente persuasiva ante un jurado.

—Doctor Mendizábal —comienza el abogado defensor de Isabela—, ¿podría explicar al jurado su evaluación psiquiátrica de mi clienta?

—Después de extensas sesiones con la señorita Martín, he diagnosticado un trastorno obsesivo-compulsivo severo combinado con episodio