El tercer día del juicio llegó como una tormenta que habíamos estado anticipando pero que aún nos golpeó con fuerza inesperada. Mientras me sentaba en la galería del tribunal, observando cómo el abogado de Isabela se preparaba para presentar su caso, sentí como si estuviera a punto de presenciar una obra de teatro perversa donde los villanos se convertirían en víctimas.

El Dr. Rafael Mendizábal, un psiquiatra forense de aspecto distinguido con barba gris y gafas de montura dorada, se acercó al estrado con la confianza de alguien que había testificado en cientos de casos similares.

—Doctor Mendizábal, ¿podría explicar al jurado su evaluación psiquiátrica de mi clienta?

—Después de extensas sesiones con la señorita Martín, he diagnosticado un trastorno obsesivo-compulsivo severo combinado con episodios psicóticos inducidos por estrés emocional extremo. Su capacidad de discernir entre realidad y fantasía estaba gravemente comprometida durante los eventos en cuestión.

Las palabras me golpe