Viernes, diez de la mañana.
El viaje de regreso a Madrid se desarrolla en caravana improvisada. Max conduce su BMW delante de mí, su manejo cuidadoso y deliberado evidenciando tanto la limitación de su brazo herido como su estado mental frágil. Lo sigo a distancia prudente en mi coche.
Es extraño, este viaje en paralelo. No estamos juntos físicamente, pero hay algo reconfortante en saber que estamos haciendo el mismo camino, enfrentando el regreso a la realidad al mismo ritmo. Cada vez que pasa un camión o el tráfico se vuelve denso, siento una punzada de ansiedad hasta que vuelvo a ver su coche estable en el carril delante de mí.