88. El Regreso
El viaje de regreso a Madrid se desarrolló en caravana improvisada. Max conducía su BMW delante de mí, su manejo cuidadoso evidenciando tanto la limitación de su brazo herido como su estado mental frágil. Lo seguí a distancia prudente.
Cada vez que pasaba un camión o el tráfico se volvía denso, sentía una punzada de ansiedad hasta que volvía a ver su coche estable delante de mí.
Vi cómo la costa cántabra gradualmente daba paso a las montañas y luego a la meseta castellana. Era como volver de un exilio voluntario a una realidad que ambos habíamos estado evitando. Yo me había refugiado en mi trabajo con Diego. Max había huido literalmente, buscando un lugar donde pudiera desaparecer.
En una estación de servicio a mitad del camino, nos detuvimos para repostar. Max se acercó a mi ventanilla, el viento revolviendo su cabello recién lavado.
—¿Estás bien? ¿Necesitas que maneje yo?
—Estoy bien. ¿Tú cómo te sientes?
—Aterrorizado. Pero también... aliviado. Estar escondido era más agotador de lo