86. Palabras que Sanan

Jueves, cuatro y cuarenta de la tarde.

Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas antes de que pueda detenerlas, cada una llevando consigo el peso de días de pánico, búsqueda desesperada y ahora este momento devastador de encontrar a Max tan roto. No son lágrimas de alivio por haberlo encontrado, sino de dolor puro al ver lo que se ha hecho a sí mismo.

—Max, nunca habría querido verte así —las palabras salen entrecortadas entre sollozos que no puedo controlar—. Nunca quise venganza. Solo quería justicia.

Sus ojos se enfocan en mis lágrimas con una expresión que no puedo descifrar. Sorpresa, tal vez. Como si no hubiera esperado que alguien llorara por él en su estado actual.

Sin pensarlo, sin permitir que mi mente racional me detenga, me acerco y lo abrazo. Es un impulso instintivo, el tipo de reacción que tienes cuando ves a alguien que amas completamente destrozado y tu único instinto es intentar juntarlos de nuevo.

Max se tensa inmediatamente contra mí, sus músculos poniéndose
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