67. Instintos que No Mienten
La puerta de la habitación 204 estaba entreabierta. Me detuve un momento antes de entrar, preparándome para ver a mi padre conectado a esos cables y monitores que me recordaban lo frágil que era todo lo que realmente importaba. El sonido rítmico del monitor cardíaco se filtraba desde adentro, constante y tranquilizador como metrónomo.
—Papá —susurré al entrar, cerrando la puerta suavemente detrás de mí.
Tenía los ojos cerrados, pero su respiración era profunda y regular. Su rostro, aunque pálido, había perdido esa tensión que me había aterrorizado cuando lo vi. El médico había dicho que estaba fuera de peligro, que el infarto había sido moderado y que con reposo y medicación se recuperaría completamente.
Me acerqué a la silla junto a su cama y me senté con cuidado, observando cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración. Este hombre había sido mi roca durante toda mi vida. Había trabajado incansablemente, había sacrificado su tiempo y su salud para asegurar nuestro futuro.
Recordé