67. Instintos que No Mienten
Mis pasos resonaban contra el piso de la clínica mientras me dirigía a la habitación de mi padre, dejando atrás el pasillo donde Max había quedado plantado con mi ultimátum aún vibrando en el aire. Cada paso era una liberación, cada metro que me alejaba de él una bocanada de oxígeno que no sabía que necesitaba.
Mañana firmaría el divorcio. Mañana comenzaría mi vida real.
La idea no me aterrorizaba como había esperado. Al contrario, había algo extrañamente tranquilizador en la certeza de mi decisión. Por primera vez en años, no estaba reaccionando a Max o a sus manipulaciones. No estaba siendo empujada hacia una esquina donde no tenía más opción que defenderme. Había tomado la decisión yo sola, con la cabeza fría y el corazón blindado.
Durante los últimos años de mi matrimonio, había vivido en un estado constante de reacción. Cada decisión que tomaba estaba influenciada por lo que Max pensaría, por cómo él reaccionaría, por lo que sería más conveniente para mantener la paz en casa. Habí