64. La Trampa Perfecta
Cuando me despedí de Max, lo hice con una frase que parecía ligera, pero que llevaba el peso de una sentencia:

—Tengo mucho que pensar… Te contactaré cuando tome una decisión.

Lo vi tensar la mandíbula, como si quisiera replicar. Max odiaba no tener el control de las situaciones, especialmente cuando se trataba de mí.

Durante un momento nos quedamos allí, mirándonos. Podía sentir la tensión crepitando entre nosotros como electricidad estática antes de una tormenta.

Pero no le di espacio. Giré sobre mis talones y lo dejé con la mirada clavada en mi espalda, sabiendo que lo había descolocado. Esa era la idea. Dejarlo con la incertidumbre, con esa sensación de que yo podía desaparecer en cualquier momento y llevármelo todo. Por primera vez en mucho tiempo, yo tenía el poder en nuestra dinámica, y aunque me aterrorizaba, también me daba una extraña sensación de libertad.

Cuando la puerta de su oficina se cerró detrás de mí, sentí su presencia pegada a mi piel, como si sus manos siguieran
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