64. La Trampa Perfecta
Me recosté en el asiento trasero, cerré los ojos con fuerza y traté de ordenar el caos que me devoraba. Quise convencerme de que aquel beso había sido un error, un desliz producto de la nostalgia y el agotamiento. Pero la verdad me golpeaba sin piedad: había sentido. Y demasiado. Había dejado que su cercanía me envolviera como siempre, y ahora me enfrentaba a las consecuencias de mis propios deseos.
Mi teléfono vibró. Por un momento pensé que podría ser Max, tal vez arrepentido de haberme dejado ir sin una respuesta clara. Pero cuando vi la pantalla, era un mensaje de Diego:
"¿Cómo está papá? ¿Necesitas que vaya al hospital?"
Su mensaje me recordó por qué había salido de esa oficina, por qué no podía quedarme perdida en los labios de Max. No era solo por mí, era por mi familia. Por mi padre, que luchaba por su vida sin saber que su hija estaba perdiendo la cordura por un hombre que la había traicionado.
Le respondí rápidamente: "Estable. Voy para allá ahora. No hace falta que vengas, d