63. Entre Cadenas Invisibles
El beso terminó de golpe, como si el aire mismo se hubiera quebrado entre nosotros. Me aparté con la respiración entrecortada, llevando la mano a mis labios, como si ese gesto pudiera borrar el incendio que Max había dejado ahí. Sentía las mejillas arder, el corazón desbocado y una vergüenza que se trepaba por mi garganta.
No podía creer lo que acababa de permitir.
—No… —murmuré apenas, como si esa palabra débil pudiera deshacer lo que había sucedido.
Max no dijo nada. Solo me miraba, apoyado en el borde de su escritorio, con esa calma engañosa que escondía la misma tormenta que hervía en mi interior. Su camisa estaba arrugada donde mis manos lo habían empujado, y su respiración también era más áspera de lo normal. El silencio entre nosotros pesaba como una cadena alrededor de mi cuello.
Retrocedí un paso, como si la distancia física pudiera salvarme de lo que ya había ocurrido. Pero la verdad era cruel: la culpa se había clavado en mi piel como un veneno imposible de escupir.
Isabela