65. Fuego Bajo la Piel
El sonido del teléfono repicando en recepción me atravesaba los nervios. Cada timbre era un recordatorio cruel de que la realidad no pensaba darme tregua. Yo lo sabía. Isabela también. Por eso, detrás de esa mueca de dolor fingido que había aprendido a ensayar con precisión, escondía la sonrisa invisible de quien cree tener la victoria asegurada.
El pasillo entero parecía inclinarse hacia ella. Los pacientes en espera, que hasta hace un momento bostezaban aburridos o hojeaban revistas, la observaban con compasión genuina. La enfermera la sostenía con un cuidado exagerado, y la recepcionista la miraba con ojos húmedos. Y yo... yo era el monstruo señalado, la villana sin derecho a réplica.
Me ardían las manos por la injusticia, los puños cerrados hasta que las uñas se me clavaron en las palmas. Pero entonces lo escuché.
Los pasos. Firmes. Medidos. Reconocibles entre mil.
Max.
El corazón me golpeó con fuerza en el pecho, pero no de miedo. Era rabia pura. Rabia por tener que enfrentar otra