62. El Filo de lo Prohibido
Regresé a la mansión con el cuerpo exhausto y el alma hecha pedazos. La noche caía sobre los ventanales y yo me sentía como una actriz obligada a salir a escena en una obra que detesta. Cada paso era un latido forzado, cada respiro una confesión. No era el frío lo que me helaba, sino la certeza de que la verdad me perseguía y, esta vez, no había refugio posible.

El vestíbulo me recibió con un silencio que antes confundía con elegancia y que ahora no era más que una tumba disfrazada de mármol y lámparas de cristal.

—Señora Lorena… —la voz de María emergió desde el pasillo, baja y cautelosa—. Qué bueno que volvió.

Intenté dibujar una sonrisa, pero el gesto murió antes de nacer.

—¿Qué pasó?

María entrelazó las manos, inquieta, y bajó la voz hasta rozar el susurro.

—La señorita Isabela se fue hace apenas unos minutos.

Mi estómago se contrajo.

—¿Estuvo con Max?

La criada asintió, insegura.

—Sí. Discutieron fuerte. Ella… ella le dijo que no tolerará más ese contrato. Que está decidida a anun
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