59. Finales Suspendidos
Me desperté antes de que sonara la alarma. Eran apenas las seis y media, pero mis ojos se negaban a cerrarse otra vez. El sueño me había abandonado horas atrás y, por más que intentara regular mi respiración o cambiar de posición, mi cuerpo lo sabía: hoy no era un día cualquiera. Hoy era el día del final.
El techo blanco del dormitorio me devolvía una pureza insultante, sin una grieta ni una sombra. Esa perfección fría parecía burlarse de mí, como si me recordara que todo lo que llevaba dentro estaba hecho de fisuras: la calma ensayada frente al espejo, la determinación que creí sólida, incluso el resentimiento que me había sostenido durante meses. Todo se agrietaba mientras el reloj avanzaba.
Hoy iba a firmar mi divorcio con Max.
La palabra seguía sonándome ajena, como si no perteneciera a mi vida. Yo había sido quien la pidió, quien empujó hasta este punto. Pero también fui la que lloró hasta quedarse vacía, la que suplicó ser escuchada, la que gritó por un cambio que nunca llegó. Y