38. El Peso del Regreso
El aeropuerto Charles de Gaulle bullía con el ajetreo de los viajeros. Maletas rodando, anuncios en francés, conversaciones apresuradas, niños corriendo entre los asientos. Todo era ruido, movimiento, indiferencia.
Yo avanzaba rígida, con el bolso apretado contra mi costado. Cada paso era una declaración: no estaba huyendo, pero tampoco pensaba seguir atada a Max.
Las circunstancias habían decidido encerrarnos en el mismo vuelo de regreso a Madrid. Mi decisión de marcharme esa mañana se había estrellado contra un detalle: los boletos de última hora que Max había ordenado a su asistente. No había escapatoria inmediata. Estábamos condenados a viajar juntos.
Lo sentía detrás de mí. Su presencia pesaba más que cualquier equipaje. Desde la confrontación en la suite, ni una palabra había cruzado entre nosotros. Sus ojos, enrojecidos por la rabia y el insomnio, se mantenían lejos de los míos. Yo me aferraba a la frialdad de los letreros luminosos, intentando resguardarme de la memoria de su p