22. Bebé en Riesgo
El eco del golpe en el pasillo todavía retumbaba en mis oídos como un trueno lejano, pero la verdadera tormenta se desataba frente a mí.
Isabela se sostenía del marco de la puerta, pálida como una hoja en invierno. Sus dedos crispados se aferraban a su vientre redondeado, como si intentara contener algo frágil. Sus labios temblorosos dejaron escapar un gemido apagado, lo bastante débil para despertar compasión y lo bastante estudiado para hacerse notar.
—El bebé… —susurró con voz rota—. El bebé duele…
Un nudo me cerró la garganta. ¿Era real? ¿O solo otra función en el interminable teatro de su victimización? Había algo en la precisión de su gesto, en la manera en que buscaba con ansia los ojos de Max —y no los míos— que me obligaba a sospechar.
Él no dudó. Palideció y corrió hacia ella como si toda su vida dependiera de alcanzarla a tiempo. Me apartó sin mirarme siquiera. El calor de su cuerpo todavía ardía contra mi piel tras el beso compartido segundos antes, pero esa chispa se apag