135. La Trampa
La oficina de Victoria ocupaba toda una esquina del piso ejecutivo, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Mientras el ascensor subía, sentí cómo mi estómago se contraía con cada piso que dejábamos atrás. Max permanecía en silencio a mi lado, con la mandíbula tensa y los ojos fijos en los números que cambiaban en el panel digital.
—Todavía puedes esperarme abajo —dijo sin mirarme, su voz cargada de una preocupación que intentaba disfrazar de practicidad.
—No —respondí con más firmeza de la que sentía—. Voy contigo.
Había insistido tanto que finalmente había cedido, aunque no sin advertirme que Victoria era "complicada". Pero después de la llamada de anoche, después de escuchar esa voz melosa y calculadora al otro lado de la línea, sabía que no podía dejarlo ir solo. Algo en mi interior, ese instinto que había aprendido a no ignorar tras años de matrimonio, me gritaba que esto era una trampa.
Las puertas se abrieron con un suave ding y nos recibió un pasillo alf