128. Regreso a Casa
Miércoles, semana 12 de embarazo. Alta del hospital.
La luz del mediodía golpea mis ojos con una intensidad que dos semanas de luces fluorescentes no me prepararon para enfrentar. Max conduce como si transportara nitroglicerina—cada curva suave, cada frenada gradual, cada bache evitado con precisión quirúrgica.
—Si conduces más lento, vamos a ir en reversa.
—Muy graciosa.
Pero no sonríe. Sus nudillos están blancos sobre el volante, su mandíbula tensa. Catorce días encerrada en esa habitación de hospital. Trece noches donde él durmió en una silla que probablemente le causó daño permanente a su columna.
—Max, mírame.
No lo hace. Mantiene los ojos fijos en la carretera.
—Max.
Finalmente me mira de reojo, y lo que veo me parte el corazón. Miedo puro.
—No nos vamos a romper —digo suavemente—. Ni el bebé ni yo. La doctora dijo que el hematoma se está reabsorbiendo.
—Se está reabsorbiendo. No se reabsorbió. Todavía está ahí.
Estiro mi mano para tocar la suya. Él la toma inmediatamente, entre