129. Fantasmas del Pasado de Diego
Estoy en el sofá —mi trono de hierro forrado de terciopelo y culpa— con una manta pesada sobre las piernas. Tengo un libro abierto en el regazo, la página 142. Llevo cuarenta minutos leyéndola y no podría decir ni una sola frase de lo que está escrito.
Dos semanas fuera del hospital. Catorce semanas de embarazo. Mi cuerpo se está curando; el hematoma se reduce, el útero se expande. Pero mi mente es un animal acorralado que huele el humo antes de ver el fuego. No puedo dejar de pensar en Diego.
No es solo preocupación de hermana. Es un instinto primitivo, visceral. Recuerdo su mirada hace dos semanas. El mensaje que le drenó la sangre de la cara. La desaparición de veinte minutos y el regreso con una sonrisa que parecía pegada con cinta adhesiva.
El timbre rompe el silencio sepulcral de la mansión. Elena cruza el salón, secándose las manos en el delantal. —Debe ser la señorita Clara —dice con su eterna sonrisa—. Esa niña va a comprar la tienda de bebés entera.
Pero cuando abre la puert