108. El Silencio Después de la Tormenta
Despertar sin su nombre en mi pantalla se siente como perder un miembro fantasma: la ausencia duele físicamente, una punzada en un lugar que ya no debería existir.
Abro los ojos en mi cama —mi cama, en mi apartamento— y mi mano se mueve sola hacia la mesita de noche. Es un reflejo pavloviano que odio pero que no puedo romper. Reviso la pantalla. Cero llamadas perdidas. Cero mensajes. Por supuesto. Lo bloqueaste, Lorena. Esto es lo que pediste.
Me levanto y preparo café con movimientos automáticos. Observo Madrid despertar desde mi ventana del cuarto piso. Miro alrededor del apartamento que decoré tan cuidadosamente para borrarlo: las plantas que Camila me regaló, el arte abstracto que elegí específicamente porque Max lo odiaba, el sofá color mostaza que es la antítesis del cuero negro de nuestra antigua mansión.
Todo en este espacio grita: "No soy la esposa de Max Undurraga". Entonces, ¿por qué me siento más casada con él ahora que cuando firmamos los papeles?
Mi teléfono vibra a media