Me apoyo contra la barandilla, agradecida por el metal frío que me ancla a la realidad. Madrid se extiende ante mí en un mar de luces que parecen burlarse de mi dolor. Millones de vidas continuando con normalidad mientras la mía se desmorona.
Tres meses de terapia. Tres meses de trabajo en mí misma. Tres meses convenciéndome de que estaba sanando.
Y todo se derrumba en el momento en que Max Undurraga me mira y decide marcharse con otra mujer.
El aire nocturno se siente fresco contra mi piel acalorada. Respiro profundamente, tratando de aplicar las técnicas de la Dra. Echeverría. Anclaje en el presente. Aceptación de las emociones sin juicios. Pero lo único que siento es humillación.
Vine aquí con este vestido rojo —nuestro vestido— pensando que significaría algo. Y lo hizo. Vi el reconocimiento en sus ojos, vi la tensión en su mandíbula. Recordó. Y aun así, eligió irse con Victoria.
—Estúpida. Eres tan estúpida, Lorena. —¿Hablando sola?
La voz detrás de mí no es la que esperaba. Me gir