Antes de comenzar la última prueba, se concedió un breve tiempo de descanso. El aire estaba cargado de tensión, de presagios y de silencios que decían más que cualquier palabra.
En una de las salas de piedra del recinto, Isabella, Mike y el Alfa Hiran aguardaban.
El sol, visible a través de una rendija alta, proyectaba una luz dorada sobre sus rostros, como si también ella observara con expectación lo que estaba por suceder.
Hiran permanecía de pie, con los brazos cruzados, respirando con la calma tensa de quien se prepara para un destino incierto.
Su mirada, sin embargo, se suavizó cuando se posó sobre Isabella. Ella estaba sentada, con las manos entrelazadas sobre el regazo, el rostro demacrado por los recuerdos.
Cuando él la observó con atención, vio más allá de su postura serena; vio la herida viva que se escondía tras su aparente quietud.
—Ese Alfa… Kaen —murmuró Hiran, rompiendo el silencio con voz baja pero firme—. ¿Es él quien te hizo tanto daño, Isabella? ¿Es… el padre de tus