Isabella sonrió.
—¡Quédatelo, Ruby, pero nunca podrás ser una Luna, las lobas como tú, solo podrán ser amantes!
Isabella volvió a su habitación, el alma le dolía como si un peso insoportable la aplastara.
Su loba interior aullaba de dolor y celos, resonando en su mente con una intensidad que la hacía sentir aún más vulnerable.
Cada latido de su corazón parecía amplificar la tristeza que la envolvía.
—¿Por qué lo hiciste, Kaen? —preguntó, su voz temblando con la mezcla de angustia y desilusión.
—No lo ha hecho, Isabella. Siento nuestro vínculo estable —respondió él, pero su tono no logró calmar la tormenta de emociones que se desataba en su interior.
Isabella negó con la cabeza, sintiendo que la rabia se encendía dentro de ella como un fuego incontrolable.
—¡Los vimos, loba tonta! ¡Recuerda que con nuestros propios ojos los vimos! —gritó, el dolor y la furia en su voz resonaban como un eco en la habitación.
Su loba ronroneaba de tristeza y aullaba de furia, una mezcla de emociones que r