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Sofía lo ignoró, dándole la espalda. Respiró profundamente, consciente de cómo terminaría esto si le seguía el juego. De verdad, no quería seguir discutiendo.
—¿Me escuchaste? —insistió Fernando, tomándola del brazo. Siempre había sido así, pero ese día ella estaba más insoportable. ¿Por qué? ¿Tanto le había dolido verlo con otra? Él tampoco quería pelear, lo juraba, pero no era fácil lidiar con su actitud cuando simplemente buscaba hablar como personas civilizadas.
—Te escucho —contestó finalmente, encarando al azabache. Sus ojos eran como dos filosas cuchillas que no dejaban ver más allá de su enojo—. Pero no deberías preocuparte; Hugo ya no está aquí para que pueda escaparme.
Sus propias palabras dolieron más de lo que esperaba, y ni siquiera entendía por qué las había dicho. Habían estado fuera de lugar. No tenía por qué meter la memoria de Hugo en esta estúpida pelea sin sentido. Él no se lo merecía. Sofía apretó los labios.
—Como sea, me da igual.
—Sofía... —Fernando aflojó el a