Capítulo 7
—En la reunión de excompañeros dijiste que solo éramos amigos; cuando viste que Charlotte me besó no reaccionaste, incluso me pediste que la cuidara… Ciri, soy tu novio. ¿Por qué me estás empujando con otra?

Cira guardó silencio unos segundos. Estaba a punto de decirlo todo cuando un grito agudo estalló en el dormitorio.

Héctor se puso pálido y empujó la puerta sin pensarlo.

Charlotte, descalza, corrió como pudo y se lanzó a sus brazos.

—Ese tipo… vino a buscarme, Héctor. Tengo miedo. No me dejes sola, no te vayas, por favor…

Héctor la alzó por la cintura, con voz baja y protectora:

—No temas. Estoy aquí. Nadie va a tocarte. No voy a dejarte, nunca…

Sobre su hombro, Charlotte miró a Cira con un brillo desafiante. Nada quedaba de la borrachera.

“Así que, Héctor, ahí tienes la respuesta”, pensó Cira. “No es que yo te empuje con otra: eres tú quien elige a Charlotte. Una y otra vez.”

Héctor pasó la noche entera con Charlotte.

A Cira no le importó.

Sofía había logrado adelantar su trabajo: probablemente pasado mañana volvería al país para buscarla. Con esa noticia, a Cira se le aflojó un poco el peso del pecho.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba, vio que Héctor había dejado el celular en la mesa. Tras dudar un momento, caminó hasta la puerta del dormitorio principal. Antes de tocar, Charlotte abrió.

—Señorita Ferrera, Héctor me cuidó toda la noche. Todavía duerme. Mejor no lo despiertes.

Tiró del cuello de su blusa y mostró los puntitos rojos en el cuello.

Cira, serena, le puso el celular en la mano.

—De acuerdo. Recuérdale que lo dejó ahí.

Se dio vuelta para irse, pero Charlotte la sujetó.

—Qué descaro el tuyo. Héctor no te quiere. Te diré la verdad: no solo hicimos las fotos de boda; ya registramos el matrimonio. Yo soy su esposa, la única que cuenta. Lárgate de nuestra casa.

Un ruido seco sonó adentro. Charlotte cambió de cara al instante y gimió, suplicante:

—Señorita Ferrera, ya me voy, no se enoje…

Su espalda golpeó la hoja de la puerta y resbaló hasta el piso.

Héctor salió de golpe. Al ver la mueca de dolor de Charlotte, los ojos se le encendieron.

—¿Qué estás haciendo, Cira Ferrera? ¡Tú misma dijiste que la cuidara! Pensé que de verdad eras tan generosa, y resulta que a escondidas haces estas bajezas.

—No la golpeé ni la corrí —dijo Cira, fría—. Si quieres, revisa las cámaras.

El brillo en los ojos de Charlotte titiló y se apresuró:

—No la culpes, Héctor… fui yo. Me caí sola…

Lo decía, pero esa fragilidad suya solo la hacía parecer mártir.

A Héctor se le nubló la mirada de pena. La cargó con cuidado.

—Basta. No la tapes. Cira, aunque seas mi novia, si vuelves a lastimar a Charlotte, no me culpes por ponerme en tu contra.

Dicho eso, se la llevó.

Cira respiró hondo y apagó la rabia.

Nada de lo que dijera iba a creerlo. No valía la pena discutir.

Salió con una amiga todo el día y volvió casi al anochecer.

Frente a la puerta, al sacar las llaves, vio una sombra por el rabillo del ojo.

El vello se le erizó. Dio un paso para huir, pero alguien la tomó del cabello y la arrastró hacia atrás. El frío del cuchillo le rozó el cuello. Cira se quedó inmóvil, domando a la fuerza el pánico.

—Traigo dinero en la bolsa. Llévate lo que quieras, solo no me hagas daño…

El hombre no respondió. Sacó su celular y marcó una videollamada.
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