La sala temblaba.
Los miembros del Consejo gritaban órdenes contradictorias mientras los sellos de protección estallaban uno por uno, consumidos por una luz ancestral que no respondía a ningún conjuro moderno.
Lucien tomó a Aeryn en brazos, justo cuando la energía alrededor de su vientre se volvió casi insoportable. El medallón flotaba frente a ellos, girando sobre sí mismo, como si buscara dirección.
Selene extendió las manos hacia ellos.
—¡Ahora! ¡Tomen el medallón! ¡Les mostrará dónde comenzó todo!
—¿Dónde comenzó qué? —preguntó Lucien, sin dejar de proteger a Aeryn.
—La traición. La alianza. El eco que su hijo ha conservado.
Aeryn apenas podía hablar. La energía dentro de ella era abrumadora, como si el niño se estuviera conectando directamente con el tejido del mundo.
—Él… quiere guiarnos —murmuró—. Sabe a dónde ir.
El traidor del Consejo rugió, extendiendo las manos. Una sombra negra emergió de su pecho, con tentáculos hechos de niebla viva, que comenzaron a devorar los recuerdo