El penthouse nunca había sentido tan pequeño.
Valeria caminaba de un lado al otro de la sala, sus pasos resonando en el silencio opresivo. Habían pasado tres días desde que Aleksandr finalmente la rescató del edificio abandonado, tres días desde que sus hombres irrumpieron con violencia calculada y la sacaron de las garras de Iván.
Tres días desde que volvió a estar en su jaula dorada.
Porque eso era exactamente lo que el penthouse se había convertido: una prisión de lujo con vistas espectaculares y barrotes invisibles.
Miró hacia la puerta principal, donde dos guardias montaban vigilancia permanente. Otros cuatro patrullaban el pasillo exterior. Seis más en el vestíbulo del edificio. Aleksandr no estaba tomando riesgos.
Valeria era su posesión más preciada, y ahora la guardaba como un dragón protegiendo su tesoro.
—Señorita Montes —la voz de Marina la sobresaltó—. ¿Necesita algo?
Valeria se volvió hacia el ama de llaves, quien la observaba con una mezcla de preocupación y lástima. Tod