El frío metal de la pistola se sentía extraño contra la palma de Valeria. Pesaba más de lo que había imaginado, como si cada gramo representara la responsabilidad que conllevaba sostenerla. Respiró hondo mientras Viktor, el jefe de seguridad de Aleksandr, se colocaba detrás de ella para corregir su postura.
—Codos ligeramente flexionados, señorita Montes —indicó Viktor con su marcado acento ruso—. Respire antes de disparar, no durante. Recuerde: Inhalar, disparar y exhalar. Las veces que sean necesarias.
El campo de tiro privado resonaba con cada detonación. Valeria apuntó hacia la silueta de papel a veinte metros de distancia, cerró un ojo y apretó el gatillo. El retroceso la sorprendió, como siempre, pero esta vez logró mantener la estabilidad. La bala impactó en el hombro del objetivo.
—Mejor —asintió Viktor—. Pero sigue apuntando demasiado alto.
Valeria bajó el arma y se quitó los protectores auditivos. Tres semanas habían pasado desde que Aleksandr decidiera que debía aprender a