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El vehículo se detuvo.

Aleksandr tenía las manos en el volante, nudillos blancos, mirando por el espejo retrovisor hacia donde el cuerpo de Elena yacía inmóvil en la carretera.

—Aleksandr —la voz de Nikolai era tensa—. Arranca el vehículo.

Silencio.

—Aleksandr. ARRANCA EL MALDITO VEHÍCULO.

—La mató —susurró Aleksandr—. Se entregó. Hizo todo bien. Y la mató de todas formas.

—Lo sé. Y vas a matarlo por eso. Pero no ahora. ¡AHORA LA BEBÉ ESTÁ MURIENDO!

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