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Valeria llegó a la mansión al amanecer. Sin avisar. Sin llamar primero. Necesitaba ver su cara cuando lo confrontara.

Necesitaba ver si había algo de arrepentimiento real o si todo había sido actuación.

Dejó a Dmitri con Zoe, quien había insistido en acompañarla, pero Valeria se negó. Esto tenía que hacerlo sola.

La casa estaba silenciosa cuando entró. Marina no había llegado todavía. Todo estaba exactamente como lo recordaba, pero se sentía extraño. Como entrar a un museo de una vida que ya no le pertenecía.

Encontró a Aleksandr en el gimnasio, golpeando el saco de boxeo como si fuera su peor enemigo. El sudor corría por su espalda. Los nudillos le sangraban.

—¿Destruyendo evidencia? —dijo desde la puerta.

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