Valeria no fue a su habitación. Fue directamente al estudio de Aleksandr, cerrando la puerta con tanta fuerza que los cuadros en las paredes temblaron. Sus manos buscaron el teléfono, marcando el número del abogado de Aleksandr con dedos que apenas le obedecían.
—Señorita Montes —respondió el hombre, sorpresa evidente en su voz—. ¿No debería estar en su boda?
—Hay boda que valga —su voz era acero frío—. Necesito papeles de divorcio. Ahora.
—Pero usted no está casada todavía...
—Entonces papeles de separación. Custodia completa. Lo que sea necesario para asegurar que Aleksandr Volkov no tenga derechos legales sobre mí nunca más.
Colgó antes de que pudiera responder, sus manos temblando de rabia contenida. En el jardín, podía escuchar el caos: voces elevadas, Tatiana riendo, Nikolai gritando algo en ruso.
La puerta se abrió. Aleksandr entró como un vendaval, su expresión una mezcla de furia y desesperación.
—Valeria, déjame explicar. Esa grabación...
—No quiero escucharlo —lo interrumpi