9. Oscuro deseo

—¿¡Qué carajos espera entonces!? ¿Quiere que la despida?

Tragué saliva. Sentí que el corazón me iba a reventar dentro del pecho. Las piernas me temblaban como gelatina mal puesta y, por un segundo, pensé en correr… pero ¿a dónde iba a ir? ¿A llorar a una esquina? No. No podía perder este maldito trabajo.

Pensé en mis hijos. En sus caritas dormidas, en los cuentas por pagar, en el alquiler que ya me tenía con taquicardia. Cerré los ojos un segundo y asentí, derrotada.

“Esto lo hago por ustedes”, me dije por dentro.

Me quité los tacones primero, con manos torpes. Luego las medias. Cuando mis piernas quedaron al aire, me sentí desnuda, como si estuviera en medio de una pasarela sin ropa. Alejandro me miraba. Sin vergüenza, sin disimulo. El descarado tragó en seco. Me miraba como si fuera un postre de tres chocolates.

Quise gritarle algo como "¿te sirvo con cucharita o tenedor?", pero me contuve.

Caminé hasta la escalera de la piscina como si estuviera yendo a mi propia ejecución. Dudé un
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