13. Deseo impuesto
El celular volvió a sonar. Esa vibración insistente, como si el pasado tuviera uñas y arañara desde dentro del bolso, me erizó la piel. Lo saqué de golpe, con los dedos temblorosos por la mezcla de miedo y rabia que me crecía en el pecho.
Número desconocido, otra vez.
Contesté sin pensar, con la voz cargada de furia contenida.
—¿¡Qué es lo que quieres!?
Al otro lado, hubo un silencio breve… y entonces lo escuché. Una risa baja. Casi un susurro. Esa clase de risa que no se olvida. Una risa que no tenía prisa, que sabía exactamente el efecto que causaba.
Y luego su voz. Esa voz.
—Te estoy esperando, Victoria… —dijo con un tono magnético, sensual, como si cada palabra me acariciara con intención—. En la habitación donde también la pasamos. Te estaré esperando.
Y colgó.
Me quedé paralizada, con el teléfono aún pegado a la oreja, como si la llamada siguiera, como si su voz se hubiera quedado atrapada entre mis huesos.
Entonces sucedió.
Una ráfaga de recuerdos que no pude controlar me atrav