58. Su perdición
Lana tragó saliva.
Sintió cómo sus muslos ardían con la mirada que le daba, cómo el calor subía por su vientre.
La vergüenza le quemó las mejillas.
—No digas eso —murmuró—. No es posible. No... yo no... no tengo la edad.
—Tu cuerpo decidió otra cosa.
Ella retrocedió un poco más.
Sentía que el vestido mojado le pesaba incluso aunque fuera corto. El corazón le latía en la garganta y el olor de la sangre mezclado con su propio aroma la mareaba.
—¿Te molesta? —Eryx ladeó la cabeza, su tono fue apenas un susurro—. ¿O te excita?
—¡Eres un maldito...!
—¿Mentiroso? —la interrumpió—. Pude olerte desde la distancia y esos hijos de puta también lo hicieron. ¿Te lo recuerdo?
—No sabía... —gimió ella asustada.
—Y aún así viniste sola. Medio desnuda.
—¡No fue mi intención!
—¿Y si no llego?
—¡Eryx, basta!
—¿Quieres que mienta entonces? ¿Quieres que diga que no siento cómo tu cuerpo me llama? ¿Que no escucho cómo tu respiración se acelera cada vez que doy un paso? ¿Qué no estoy conteniéndom