La música era demasiado fuerte.

Las risas, demasiado falsas.

Y el vestido que le habían dado las otras concubinas era demasiado corto.

Lana intentó sonreír al brindis del Delta, pero no le gustaba nada estar allí, entre ellos.

Todos celebraban.

Todos reían.

Todos, menos ella.

El calor en su pecho subía sin lógica.

Sentía los poros abiertos, la piel sensible, las mejillas ardientes, pero no era vergüenza, tampoco fiebre, era otra cosa.

Algo más profundo.

Algo instintivo.

—¿Lana, estás bien? —La voz de Zoe a su lado, hizo que mirara a la hembra—. Te ves... extraña.

"Me siento extraña." Pero en vez de decir eso se limitó a sonreír.

—Estoy bien.

Zoe la miró dudosa pero luego le sonrió entrelazando sus brazos mientras caminaban.

Para la fiesta de los miembros de la manada, todos estaban invitados por lo que ellas debían asistir también.

—Me muero por saber quién es mi compañero, pero aún me faltan dos años para saberlo con certeza, ¿Estás emocionada por conocer el tuyo? –preguntó la chica