42. No me vas a encerrar
Lana se había apartado de él abruptamente, casi corriendo hasta su habitación, lo que frustró enseguida al macho, quien miró cada contoneo de sus caderas.
Él estaba a punto de dar un paso hacia ella cuando escuchó pasos cercanos y la voz de un macho que sonó casi tímida.
—Alfa —murmuró el recién llegado.
Eryx tuvo que poner todo de él para no gruñir, pero aún así miró fulminante al macho de su guardia.
—¿Qué? —preguntó abruptamente por medio de un gruñido, ocasionando que el recién llegado diera un salto en su sitio.
—Algunos… —el carraspeó antes de seguir—. Algunos Alfas están interesados en la loba del baile, señor. Preguntan si está disponible como concubina. Ofrecen buen precio.
Eryx no respondió de inmediato.
Sus ojos se clavaron en el vacío. Y durante un segundo, el silencio se volvió más amenazador que cualquier aullido en plena cacería.
El mundo de Eryx se detuvo un instante, apenas perceptible, pero suficiente para que su lobo interior olfateara peligro y deseo mezclados.