31. Porque no sé otra forma de tenerte
El pasillo parecía interminable. El eco de sus pasos resonaba como martillazos contra la calma de la noche, pero Lana apenas lo notaba. Lo único que sentía era la presión en su muñeca, el calor abrasador de la mano de Eryx arrastrándola sin darle respiro.
Cada vez que intentaba zafarse, el agarre se hacía más duro, como si él quisiera grabar en su piel la certeza de que no había escape.
—¡Suéltame! —exclamó con la voz quebrada—. ¡No soy tu prisionera!
Eryx no giró la cabeza, no disminuyó el paso. Su espalda ancha y desnuda parecía tensarse con cada palabra de ella, con cada resistencia.
—Ya basta, Lana. —Su voz salió ronca teñida de furia contenida—. No voy a repetirlo.
—¡Me estás lastimando!
—Mejor eso a que mueras en una celda por desobedecerme.
Ella apretó los dientes.
—¡No eras tú quien estaba encadenado ahí dentro! ¡¿Acaso no viste cómo lo tienen?! ¡Caius es tu amigo!
Eryx se detuvo de golpe. Lana chocó contra su espalda y el aire se le escapó en un jadeo. El Alfa se giró lentam