18. No te di permiso para irte, cachorra
Lana despertó con la garganta seca y el cuerpo pesado, como si hubiera pasado la noche luchando contra un enemigo invisible. Sus labios ardían todavía, sensibles y al llevarse la mano a la boca se encontró con la certeza de que allí quedaba una huella imposible de borrar.
Cerró los ojos con fuerza.
‘’No puede ser real.’’
Quizás había sido una pesadilla, producto del cansancio, del entrenamiento agotador y de la tensión que llevaba días acumulando. Pero cada vez que recordaba la presión de aquellos labios, el fuego de aquella urgencia, un escalofrío le recorría la piel.
Se incorporó con brusquedad, rabiosa consigo misma.
“No, no pasó, lo borraré.” se dijo.
El crujido de la puerta le hizo girar la cabeza.
Caius entró a la habitación, su mirada siempre atenta, se posó en ella con una mezcla de ternura y preocupación.
—Te ves cansada —comentó acercándose—. ¿No has dormido bien?
Lana forzó una sonrisa.
—Estoy bien. Solo… Fue una noche larga.
—Escucha, pequeña. Sé que esto es difícil p