17. Humillación o aprendizaje
Los días siguientes fueron una tortura disfrazada de lección. Eryx no era un maestro paciente. Cada instrucción suya era una orden, cada corrección un golpe directo al orgullo de Lana. No le daba respiro, no le permitía esconderse tras excusas. La empujaba al límite, y cuando creía que no podía más, la obligaba a levantarse de nuevo.
—Una loba de mi manada no se arrastra —gruñó mientras ella intentaba recuperar el aire después de caer al suelo.
Lana lo miró con los ojos encendidos. El sudor le corría por la frente, la ropa estaba sucia, desgarrada en algunos sitios, pero su espíritu estaba más firme que nunca.
—No me arrastro… —jadeó, empujándose para ponerse de pie—. Estoy aprendiendo.
Eryx ladeó la cabeza, observándola con atención. En ese instante, no vio debilidad en ella, sino fuego. Y ese fuego lo atraía como nada en el mundo.
Durante los entrenamientos, la tensión entre ambos se palpaba en el aire.
Los machos lo notaban, aunque fingían ignorarlo. Las miradas largas, los coment