128. Yo decido si me quedo
—No te alejes de mí —murmuró.
Ella sintió cómo su cuerpo reaccionaba a ese tono, era miedo y deseo mezclados.
—No pienso correr —dijo ella con orgullo.
Él sonrió.
—No podrías llegar demasiado lejos —replicó con descaro permitiéndose bromear.
Ella le lanzó una mirada asesina pero pudo respirar al fin cuando él la soltó.
La mano de Eryx se extendió hacia ella como un gesto silencioso pero lleno de autoridad. Lana la miró apenas un segundo antes de colocar su palma sobre la suya, sintiendo el calor envolvente de su piel, esa energía cruda que la estremecía cada vez que lo tocaba.
—Continuemos —dijo él con voz grave.
Ella asintió, sin decir nada.
Cuando sus dedos se entrelazaron, él apretó como si temiera que ella se desvaneciera.
Los guerreros que montaban guardia se cuadraron al verlo, pero sus miradas se desviaron inevitablemente hacia Lana. Eryx sintió cómo la rabia le trepaba por la nuca.
Un lobo joven dejó que sus ojos se detuvieran demasiado tiempo en las piernas desnudas