127. Tu manada te reconoce
—Quiero ver la manada —dijo una vez que vio a Eryx vestirse para salir.
Sarah estaba dormida en sus brazos y Samuel descansaba en la cuna.
Eryx levantó la cabeza con interés dedicándole una mirada intensa.
Para su sorpresa él caminó despacio hasta la cama, se inclinó y rozó con los nudillos la mejilla de Lana haciendo que su piel se erizará con el roce repentino.
No se negó de inmediato, solo la observó como si analizara cada microgesto de su rostro.
Luego asintió.
—No vas a ir sola —dijo con voz ronca—. Nunca más.
Ella alzó la barbilla.
—No soy una prisionera.
—No —respondió él y su pulgar se deslizó hasta el labio inferior de ella, presionando apenas—. Eres mi hembra.
El silencio que siguió fue tan denso, intimidante. Lana tragó saliva, él vio cómo su pecho subía y bajaba rápido.
La noche pasada había sido una completa tortura.
Quería enterrarse en ella hasta que lo recordara, hasta que volviera a mostrarse tan receptiva como cuando estaba en sus brazos.
Pero Sarah se removió en el