La Ciudadela de Hueso era el corazón de la Manada Colmillo de Acero, pero para Aiden, no era un hogar, sino un yunque, cada pasillo de piedra pulida, cada sombra proyectada por las antorchas humeantes, era un recordatorio constante de que su existencia no le pertenecía, pertenecía al linaje.
Recordaba el sabor del miedo, no el miedo físico de una pelea perdida, sino el miedo constante y latente de la decepción, era un niño de ocho años, pero sus manos ya estaban endurecidas por el entrenamiento, su espalda rígida por el peso del apellido, la niñez no existía para un cachorro Alfa de la línea Colmillo de Acero, solo existía el legado.
Su padre, Alfa Kael, era la encarnación del frío, era un hombre de mandíbula cuadrada, ojos de hielo que nunca titilaban, y una voz que sonaba como el filo de una hoja al chocar contra piedra, Kael no levantaba la voz, la cincelaba, sus palabras no eran instrucciones, eran dogmas grabados a fuego en el alma de su hijo.
Una tarde de invierno, con la nieve