Si la primera parte del adoctrinamiento de Kael se centró en la Pureza de Sangre como una cuestión de linaje y política, la segunda, introducida cuando Aiden tenía catorce años, se enfocó en el aspecto biológico y, más específicamente, en el miedo al Poder Beta, Kael no quería un hijo orgulloso; quería un hijo aterrorizado de la contaminación.
La lección se llevó a cabo en la Cámara de Observación, una estancia subterránea de la Ciudadela donde las paredes estaban revestidas de Obsidiana, un mineral que, según la tradición, absorbía y neutralizaba las reverberaciones psíquicas, era un lugar sombrío, diseñado para infundir respeto por las fuerzas invisibles.
“Tu madre y yo,” comenzó Kael, sentado en una silla tallada que parecía un trono de huesos, “somos linajes Alfas puros, nuestro control es total, cuando entras en tu forma de lobo, tu mente es una fortaleza de acero, con cerrojos de titanio, otros, Aiden, no tienen esa bendición.”
Kael hizo un gesto hacia una mesa de piedra, sobre