Una universitaria embarazada.
La primera vez que regresé a clases después de confirmar mi embarazo, el aire del campus se sintió diferente, más pesado, más opresivo. No era solo mi imaginación. Las miradas de los demás seguían cada uno de mis movimientos, como si llevaran un reflector conmigo, como si mi creciente barriga fuera el único tema de conversación entre los pasillos de la universidad. El lugar que antes era mi refugio, donde me sentía enfocada y segura, se había convertido en un campo minado de comentarios, prejuicios y cuestionamientos que me perseguían como sombras.
Intenté ocultar mi embarazo tanto como pude al principio, usando ropa holgada y evitando quedarme demasiado tiempo en lugares concurridos. Pero, a medida que pasaban las semanas, ya no había forma de disimularlo. La chaqueta larga y los jeans desgastados se convirtieron en una especie de barrera entre yo y el mundo, pero esa barrera se debilitaba cada vez que alguien se giraba para murmurar algo, cada vez que una risa resonaba demasiado cer