El nacimiento de Amy.
El aire parecía más frío de lo normal aquella mañana, como si Londres estuviera alineándose con la tensión que sentía en mi pecho. Las semanas habían sido largas, pero ahora los días se movían a un ritmo vertiginoso, empujándome hacia un momento que sabía cambiaría mi vida para siempre. En el fondo, estaba emocionada, pero esa emoción venía acompañada de miedo, un miedo que se había vuelto constante desde que supe que estaba embarazada.
La primera señal llegó alrededor de las tres de la madrugada. Estaba dormida, envuelta en una maraña de mantas y libros de estudio en el pequeño estudio que ahora llamaba hogar. Fue una punzada en el vientre, fuerte pero no insoportable. Me desperté sobresaltada, pensando que era uno más de los dolores que había enfrentado durante el embarazo, pero mientras me movía para acomodarme, otra punzada me golpeó, esta vez más intensa. Instintivamente, mi mano buscó mi barriga. “Es el momento” pensé, con una mezcla de terror y felicidad. Había llegado el día.