Capítulo 88-Lina

Alex se encuentra dormido a un lado, con un brazo envolviéndome por la cintura; con mucho cuidado salgo de su agarre y bajo de la cama. Busco mi ropa y el papel que me había dado Christopher. Luego de vestirme y buscar mi arma, me retiro de la habitación, mientras voy por el pasillo, leo la dirección que está escrita. Llegando a la sala, me doy cuenta con que no estaba sola.

—A ¿dónde vas? —indaga con voz acusadora.

— ¿Qué haces acá, Ian? —Ignora su pregunta.

—Me quedaba a dormir aquí, ¿recuerdas? —Asiento y me dirijo a la cocina. ¿Cómo m****a iba a librarme de él?; con Ian detrás de mí, no iba a poder salir—. Quiero darte algo —dice de repente, a la vez que me sirvo agua en un vaso.

—¿Qué? —Me giro a mirarlo. Saca una pulsera del bolsillo delantero de su pantalón, y me la tiende.

—La encontré cuando salíamos del restaurante —Lo quedo mirando sin entender—. Yo no uso estas cosas, y no tengo ninguna chica como para darle algo y que no piense que hay más que una noche; ya sabes... así que pensé en dártelo a ti —explica.

¿Qué se traía entre manos?

—Seguro que quieres dármelo a mí? 

-Si; en un momento pensé en dárselo a Sole, pero Erik me patearía el culo —responde, acercándose para ponerme la pulsera—. ¿Puedo? —pregunta.

—Sí —contesto con mucha desconfianza. ¿Desde cuándo Ian era tan generoso?—. Gracias —murmuro, después que la colocó en mi muñeca. La verdad es una pulsera muy linda; es de plata, con estrás y una esmeralda, un poco grande para mi gusto, pero no le quita la delicadeza.

—De nada —Sonríe satisfecho—. Bueno, me voy a la cama —Se gira y empieza a caminar. Se detiene—. Cuídate, Lina —entona sobre su hombro, y sale de mi vista.

Esas palabras me dejaron desconcertada. ¿A qué se debía todo eso? Y su mirada era rara, me dio una gran desconfianza todo esto por su parte. Pero, por el momento, no tenía tiempo para eso, mañana descifraría a qué se debía su extraño comportamiento; Ahora tengo que ir por mi hija.

Salgo con cuidado del apartamento, rezando porque todo salga bien. Subo a un taxi e indica la dirección que dice en el papel. Hace mucho tiempo que no veo a Dany, seguro me odia; lo único que espero es que no se desquite con mi hija, el problema es conmigo.

Al llegar al lugar detecto que es un muelle, salgo del taxi y me encamino hacia un galpón, que se ve espeluznantemente aterrador. Está todo oscuro y no se escucha nada en absoluto, ni detecta ningún movimiento; No me da buena espina. Algo anda mal, tengo un mal presentimiento sobre esto; Dios, mi cuerpo está ardiendo de nervios, las manos me sudan, y mi corazón va a dos mil por hora. Esto no se ve bien.

Saco mi arma de la bota y me dispongo a abrir la puerta con cuidado, esta rechina, haciendo que un escalofrío recorra mi cuerpo; Espero unos segundos a que mis ojos se acostumbren a la oscuridad y, cuando esto suceda, comienzo a caminar adentrándome más al sitio. Todo está en silencio, puedo divisar una luz tenue a lo lejos y me dirijo hacia allá con cautela. Veo una luminosidad que se escapa por debajo de una puerta; al llegar a ella escucha voces, me acerco más, para poder oír mejor, y distingo que las voces salen de un televisor; con más precisión, distinguiendo que son dibujitos animados. Empiezo a tener taquicardia, mi hija está detrás de esa puerta. Me ordeno relajarme y bajar las revoluciones de mi corazón. Tomo el pomo de la puerta para girarlo con mucho cuidado y abre con lentitud. Me quedé sin respirar; olvido como se respiraba, olvido todo. Me siento mareada, mi vista se empieza a oscurecer.

—Aye —murmuró, apenas audible para mí misma. Mi hija yace en una cama, boca arriba, con una mano sobre su estómago. Tomo toda mi fuerza interior para aclarar mi cabeza y relajar mi respiración; mis piernas no me responden, las siento flácidas. Logro drenar la sangre por mi cuerpo y corro hacia la cama, arrodillándome en el piso, dejando olvidada mi arma en el suelo y poniendo mi atención únicamente en ella. —. Aye... Ayelen —la llamo, casi a un grito, zamarreándola y rezando por dentro que no esté mal; Pero ella no despierta, no da ninguna señal.

—Tranquila, solo está dormida —hablan a mi espalda. Con velocidad, gira medio cuerpo.

—¿Qué le hiciste? —inquiero

—Nada en absoluto —contesta, llevándose las manos al pecho finciendo inocencia.

—¿Por qué no despierta, Daniel?

—Porque la puse a dormir; así nosotros podíamos hablar tranquilos —responde con serenidad. Al ver como lo miraba con odio, continuó—. Lilith, te conozco, y sé que me vas a saltar a la yugular, y no quería que mi hija nos viera discutir.

—¡No es tu hija! —grito, asaltándolo.

Llego a él sin darme cuenta y le doy un derechazo en la nariz, haciendo que esta sangrara. Por reflejo, se lleva una mano hacia ella y me mira por detrás de sus oscuras pestañas, sonriendo sin levantar la cabeza.

—Como me calienta cuando te pones agresivo —exclama, acercándose a mí.

—Voy a matarte —escupo con rabia.

—No lo harás —retruca con seguridad.

—¿Y qué te hace pensar que no?

—Porque tu hija está ahí —contesta señalándola, y como una estúpida la miro, perdiendo de vista a mi objetivo. Él, aprovechando mi distracción se acerca a mí, tomándome de un brazo y dejándome con demasiada fuerza de cara contra la pared y aplastándome con su cuerpo—. No luches conmigo, sabes que me quieres... Te perdono —habla en mi oído.

—Me perdonas? —No puedo ocultar mi asombro por su descaro.

—Sí, por dejar el negocio a la deriva. Te perdono por no visitarme nunca en la cárcel. Por no decirme de mi hermosa hija, por ocultármela. Te perdono —susurra las dos últimas palabras.

—Me importa una m****a tu perdón, no te quiero cerca nuestro —espeto, tratando de salir de su agarre.

—¿Todo esto es por ese gringo? —inquiere, sin ocultar su rabia y desagrado, ajustando con más fuerza el agarre hacia mí.

—Déjame —siseo entre dientes, ya que su inmovilización me estaba haciendo doler hasta los huesos.

—¡Contesta! —ruge, casi en un grito.

—No es por él —logro decir.

Al notar que afloja un poco, me toma unos segundos para aclarar mi cabeza y hacer acto de presencia de mis cinco sentidos; Todos estos años de entrenamiento me tienen que servir para algo. Tiro mi cabeza hacia atrás, dándome de nuevo en la nariz, y al instante me suelta.

—Hija de puta —insulta con rabia y dolor.

—¡Es por mí! —grito, y le propino un rodillazo en la entrepierna.

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