—¿Cómo lo ayudaste?
—Bueno; a la semana de la llegada del nuevo, el idiota usó un pegamento transparente, ese que es para la madera, embardunó la silla y el pupitre donde este se sentaba; pero tuvo la mala suerte que lo vi cuando lo hizo, así que los dejé a él ya sus amigos que terminaran la tarea conforme los miraban desde la ventana de afuera del salón, cuando salieron, cambié de lugar el pupitre y la silla, los puse en el lugar del idiota; para que no me descubrieran y ni siquiera sospechen, tenía que ser unas de las últimas en entrar, o entrar junto a él, pero también lo tenía que hacer el chico nuevo. Cuando salí del salón lo divisé caminando para entrar, entonces pasó por su lado y le murmuré que entrara detrás de mí; él me miró sin entender nada, así que señaló con la mirada al idiota que estaba a punto de entrar, el nuevo se percató y asentado. Entró el idiota, detrás de él sus subditos, luego entre yo y detrás del nuevo. Cuando el idiota se quiso levantar por el llamado del profesor, no lo pudo hacer de una forma elegante, su silla se izó con él y su carpeta se pegó a su pupitre; ahí fue cuando el nuevo se dio cuenta de lo que querían hacerle, me miró y me agradeció por lo bajo. Bueno, así empezamos nuestra amistad, y nuestra lista de maldades contra el idiota. Él era, o parecía, un buen chico —niego ligeramente con la cabeza—. No, no parecía; lo era. Eso cambió cuando su padre murió. Al pasar tiempo con él, yo sabía quién era de verdad, lo que hacía su padre, de dónde habían llegado; ellos eran de aquí...
—De aquí? ¿Estados Unidos?
—Sí, así es. Después de ser amigos, pasamos a ser más que eso. Cuando el padre murió él solo tenía dieciocho años, ya esa edad tuvo que hacerse cargo del negocio; Fue ahí donde empezó a cambiar. En realidad, empezamos a cambiar los dos; Éramos uno, así que los dos asumimos el trabajo. Ya a los veintiún años, era el más joven y temido jefe. Hacíamos cosas malas, muy malas... —murmuro esto último.
— ¿Qué cosas? —cuestiona al ver que yo no decía lo que en verdad quería, y debía que decir.
—Dany, el padre de mi hija, es mafioso. Su padre lo era, él lo es, y yo lo era. ¿Las cosas malas? —Tomo una profunda respiración y me aliento a seguir—. Torturábamos a la gente que no pagaba, traficábamos con armas para Rusia, drogas y estupefacientes para Estados Unidos, material de segunda para Italia... podría seguir; su padre dejó una larga lista —Alex no soltaba ni una palabra; Mientras yo seguía hablando, sólo me miraba atentamente—. Unos días antes de que lo metiesen preso, me enteré de que estaba embaraza-da; No iba a decírselo, solo iba a desaparecer, pero tuve la suerte de que el padre de Lucas lo procesara.
—Espera. ¿El padre de Lucas?
—Sí, él fue quien metió preso a Dany; pero seguro te preguntas si yo lo conocí en ese entonces. No, no lo hacía; Lucas y el padre sí me conocían, ya que me investigaban. Bueno, a todos nosotros, pero yo no los conocía a ellos. Cuando a Dany lo condenan, me pide que siga con el trabajo, pero no lo hice, salí de eso lo mejor que pude y me dediqué a tener y mantener a mi hija; Unos meses después de tener a Aye conozco a Lucas y Gaby, eran novatos de la policía. Lucas reconoció hace poco que tanto él como Gaby sabía quién era, y me explicó cómo fue el asunto de Dany y de lo que me salvé al no continuar; al poco tiempo recibí noticias del padre de mí hija y, como estaba asustada, no por mí, sino por ella, decidió que tenía que aprender a defenderme; lo hacía, y sabía manejar un arma, por la gente con quienes tratábamos, pero no era muy buena luchando, no me iba a servir solo lo básico, así que ellos me entrenaron. Lucas me enseñó a pelear, es su don, sus manos son sus armas, y Gaby me ayudó a disparar, afinó mucho mi puntería, él es un excelente francotirador, ese es su don. Yo nunca le dije a Dany sobre Ayelen, él no sabía que tenía una hija, y es en esta parte donde viene el problema; ese día, en Alemania, el día que te enteraste sobre ella —lo miro para que entienda qué día y asiente, comprendiendo—. Ese día, él se escapó. Lo estaban trasladando; Hubo un accidente y se fugó con varios ríos. Hace poco, antes de venir, me escribió haciéndome saber que sabía dónde me encontraba y que él era consciente de que teníamos una hija, que mi hija también es de él... y ahora ella corre peligro. —Siento como si me hubiera quitado de encima unos quinientos kilos; Verdaderamente percibí un gran alivio el poder decirle todo, y fue una grata sensación que escuchara con tanta atención.
—Por eso no me dijiste sobre tu hija —no era una pregunta, claramente lo estaba asegurando.
—Sí, y por lo mismo te digo que te quedes, que no vengas conmigo todavía; al menos, no hasta que lo hayan atrapado.
—No te voy a dejar sola, y menos ahora, sabiendo que corres peligro y que yo sé lo que pasa —declara con tozudez.
—Tengo a Lucas y Gaby, ellos nos cuidan —Alex frunce el ceño—. No me mires así; no quiero ser cruel, pero siempre nos resguardaron —No es mi intención hacerlo sentir mal, es tan simple como la verdad.
-De acuerdo; pero ahora estoy yo también, y quiero estar contigo pase lo que pase. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir para que te entre en esa cabecita terca tuya? No voy a dejarte —asevera, besándome.
—Pero todos los que están a mi lado corren peligro, y no quiero que te pase nada; no me lo perdonarías. —En verdad no lo haría.
—Deja que yo me ocupe de mí, y de paso me ocupo de ti. ¿Qué dices? —insinúa, recostándome en la cama y besando mi cuello.
—Bueno, por hoy te cedo el mando —admito rendida.
—Y lo tomo con mucho gusto... Y a ti también te va a gustar; Puede que me cedas el mando siempre. Soy bueno en esto; de hecho, soy el mejor —asegurada con su ya latente arrogancia y esa hermosa media sonrisa que he echado de menos.
—Gracias —murmuro en voz baja.
—No —niega con la cabeza también, para darle más potencia a ese no—. Gracias a ti. —Besa la punta de mi nariz.
—¿Por qué?
—Por contarme —besa de nuevo mi nariz—, por confiar —me besa la frente—, por querer protegerme —me besa una mejilla—, porque te importo —besa mi otra mejilla—, por estar aquí —me besa la boca, pero solo un roce —, y lo principal, por quererme —me besa en la boca con una mezcla de ferocidad y adoración. Luego se detiene, como si de pronto se le hubiera ocurrido algo—. Porque, ¿me quieres, verdad? Técnicamente, nunca me dijiste que me quieres, así que no sé si me quieres; aunque podría jurar que... —no lo dejo divagar más y lo beso, mientras sonrío por su ocurrencia y habladuría.
Entonces entendí que él tenía razón, nunca le dije que lo quería, y por más que lo supiese, estoy segura que necesita escucharlo de mí, de mis propios labios y no de su arrogancia. Entonces me separo unos centímetros de él.
—Te quiero —susurro contra su boca, mirándolo fijamente a los ojos, perdiéndome en el azul de ese océano, para que vea y sienta que lo digo de verdad y que no hablo por compromiso.
En cuanto escucha mis palabras, sus ojos brillan con emoción e ilusión. Sus ojos parecen dos destellos.
—Te quiero —repite con voz ronca. Baja su mirada a mi boca, luego la alza a mis ojos nuevamente y sus pupilas ya se encontraban dilatadas y llenas de deseo. Toma mi boca como si fuera nuestra primera vez y la verdad es que sí: era nuestra primera vez. Ya no había secretos, ya estaba todo dicho. Ya estaban las cartas sobre la mesa y nadie podía reprochar absolutamente nada—. Primero vamos a hacer ese famoso "mañanero argentino", y luego vamos a buscar a tu hija para desayunar —propone, besándome entre cada palabra dicha.
—Estoy de acuerdo.