—Deja de mirarme—le advierto sin abrir los ojos. Me acomoda un mechón de pelo detrás de mí oreja—. ¿Dormí mucho? —pregunto, abriendo los párpados despacio.
—No —Me besa la frente.
—¿Qué hora es?
—Las seis de la mañana.
—Tengo que levantarme.
—¿Tan temprano?
—Sí, tengo que irme antes que se despierte mi hija; Además, hoy le entregan las últimas cosas a Lucas de su padre y quiero acompañarlo, y con eso seguramente mañana nos vayamos —le explico vagamente.
—Entiendo —dice pensativo.
— ¿Qué pasa? —cuestiono al notar que quiere decir algo, pero no sabe cómo abordar.
—¿Me acompañas a la casa de mi madre? —pregunta suavemente.
—¿Qué? —Debía hacer esa estúpida pregunta, para asegurarme de que escuché bien.
—Quiero que mi madre te conozca, ella tiene que saber quién es la mujer por la que voy a dejar el país.
— ¿De verdad vendrás conmigo?
—Sí, te lo dije anoche, iría contigo hasta el fin del mundo —asegura, acariciando mi mejilla.
—Alex, ¿estás seguro? ¿Eso es lo que quieres de verdad?
—Sí, es lo que quiero, te quiero a ti. ¿Por qué me lo preguntas? Pensé que te lo había dejado claro aquella noche.
—No creo que sea buena idea.
No puedo dejar que venga conmigo, lo pondría en peligro, y me sentiría muy culpable si algo le pasara. Si Dany le hizo algo. Alex está más seguro aquí, lejos de mí, no puedo permitir que algo le suceda, que salga lastimado por mi culpa.
—¿De qué hablas? —inquiere, poniéndose rígido y frunciendo el ceño.
Agacho la cabeza para pensar bien mis palabras.
—Digo que quizás es muy pronto para que vengas conmigo, para que dejes todo; es decir, tu empresa está aquí, tu familia, amigos, todo. —Tengo que buscar la forma de que se queda; al menos, hasta que encuentren a Dany. Hasta que ese maldito no sea una amenaza para mí y para los que me rodean.
—De verdad es eso? —Toma mi barbilla para que lo mire a los ojos.
—Sí, es eso —Me escabullo de su mirada, nuevamente.
—Eso está cubierto —Suspira y se sienta frente a mí—. ¿Qué pasa, Lina? —pregunta al fin.
—Nada —miento, todavía sin poder mirarlo. No tengo el valor para hacerlo.
—Mírame, ángel —pide, agarrando mi barbilla con su dedo índice y su pulgar—; diez centavos qué ocurre.
—Nada, solo digo que es muy pronto... —comienzo a decir, pero él me interrumpe.
—Mientes —Me acusa con la voz elevada—; Dime la verdad, ¿qué es lo que ocurre? —esta vez me exige con dureza.
—¡Ya te lo dije! —chillo, saliendo de su agarre y de la cama. Dicen que la mejor defensa es un ataque, y soy buena soltando palabras a diestra y siniestra cuando estoy enojada.
—Lina, por favor; sé que algo ocurre, y todos saben lo que es, menos yo. No es justo —habla acercándose hasta quedar frente a mí—. ¿Acaso no confías en mí? —Junto a su pregunta con tono suave, llegó una acaricia de ruego, y prácticamente súplica, que no pude resistir.
—Confío en ti —musito casi inaudible.
—Entonces, dime qué está mal, deja que te proteja, no me dejes fuera de tu vida. —Quiebra mis barreras con sus palabras.
—Solo quiero que estés seguro —murmuro con voz temblorosa.
—Estoy seguro, nunca estuve más seguro de algo en mi vida —entona serenamente, mientras mi interior está de todo menos sereno.
—No entiendes —digo con una sonrisa amarga.
—Explícame entonces, dime qué ocurre, y deja que sea yo quien decida ir contigo o quedarme aquí.
—Se trata sobre el padre de mi hija... —confieso.
— ¿Tienes problemas con él? ¿Te molesta? —interroga, ignorando la gravedad del problema.
—Él no es un ex celoso-obsesivo que no acepta que la relación terminó, se trata...
No puedo seguir, todavía no tengo el valor para hablar, para contarle lo que un día fui; odio cuando esto me pasa. Definitivamente, actúo mejor cuando estoy enojada.
—De qué se trata, Lina?, habla, puedes decirme lo que sea.
—Voy a contarte una historia; Quiero que no digas nada hasta que termine, solo escucha, después puedes decidir qué es lo que quieres, ¿está bien?
Ojalá no me juzgue, es razonable que después de esto decida quedarse y alejarse, estaría loco si decide seguir adelante una vez que sepa mi verdad, pero solo pido que no me juzgue, más allá de la decisión que tome.
—Te quiero a ti —afirma varias veces.
—Solo dime que entendiste, por favor —pido con urgencia, antes que me acobarde otra vez.
-Si.
—Ok —dejo escapar un suspiro—. Tenía quince años, iba a la secundaria, era una chica normal, hacía cosas que hacen las chicas a esa edad. Casi a mitad de año, llegó un chico nuevo; era alto, de espalda ancha, unos ojos azules con el contorno del iris más oscuros... —Alex carraspea y entiendo el mensaje, dejo de describirlo y me concentro en lo que es verdaderamente importante—; bueno, empezamos a hablarnos porque un idiota se metió con él por ser nuevo, ya sabes: derecho de piso. —Asiente en entendimiento—. Resulta que ese idiota era algo así como mi Némesis, por decirlo de alguna manera, así que no tuve mejor idea que darle una minúscula ayudita al chico nuevo.